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domingo, 25 de agosto de 2013

Prólogo.

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Al abrir los ojos todo estaba oscuro y Mayra estaba tumbada en un suelo de textura bastante pegajosa. Notó cómo se le erizaba el vello de la piel por una corriente de aire muy frío, pero no sabía de dónde provenía. Se quedó muy quieta, esperando a que sus ojos se acostumbrasen a la penumbra. Escuchó un fuerte estruendo, como una gran puerta cerrándose, lejos de allí. Se dio cuenta de que todos los objetos que Philip había fabricado no estaban y empezó a sentir cómo su corazón se aceleraba. Supo inmediatamente que no tenía su ropa, y, aunque aquel traje era realmente ligero, no se atrevió a moverse por temor a hacer el mínimo ruido. Estaba ajustado a su cuerpo de una forma extraña, pero era bastante confortable y era lo más parecido a no llevar puesto absolutamente nada. También notó sobre su cabeza algo similar a unas gafas algo grandes sobre una banda ancha y elástica. No podía ver absolutamente nada, así que escuchó con atención para intentar averiguar dónde podía estar. Estaba segura de que se trataba de una habitación grande, pues las gotas de agua que caían debido a goteras resonaban provocando un gran eco. Ciertamente le extrañó escuchar agua caer, pues hacía semanas que no llovía desde que todo aquello empezó. Le dolía muchísimo la cabeza, recordaba vagamente lo que había pasado antes de desmayarse y aparecer allí.
De repente empezó a sonar la misma canción al piano, que solo consiguió que su dolor de cabeza se acentuara. No sintió miedo, sino cómo la rabia se apoderaba de ella. Había conseguido acostumbrarse a aquel sonido que llevaba persiguiéndola últimamente. Era ese mismo sonido aterciopelado, que la emocionaba profundamente llevando a su mente recuerdos de la infancia una vez más, y conseguía dejarla sin respiración, pero que, a pesar de todo, la reconfortaba y la hacía sentir bien. Poco a poco el aire se inundó del mismo aroma de coco mezclado con ese olor a libro nuevo, que tan familiar le había resultado desde que lo olió por primera vez. Experimentó una sensación de extenuación, como cada vez que aquella esencia impregnaba el ambiente, y se sentía incapaz de poder pensar en algo. Cuando quiso darse cuenta, la melodía había cesado y su olfato apenas podía percibir ya nada. Esperó que pasase algo, como era normal tras escuchar la canción y oler la fragancia, pero no sintió nada. Solo silencio.
Cuando pudo pensar con claridad, decidió levantarse y caminó a tientas en la oscuridad, buscando una pared o muro en el que apoyarse. Sus pasos resonaban ruidosamente, lo que le impedía escuchar bien cualquier movimiento o sonido cercano. Meditó alguna forma de escapar de allí, pero se sintió realmente inútil sin los objetos especiales de Philip. Por primera vez experimentó un miedo que jamás antes había imaginado que llegaría a sentir. Entonces recordó la visión que había tenido semanas atrás, aquella que no había terminado de comprender muy bien. Pero en ese momento todo encajó: ella era la próxima víctima.
Inesperadamente chocó con lo que le pareció que era una pared. Mayra la palpó con sus manos y se percató de que las tenía cubiertas de unos ajustados guantes hechos de lo que dedujo que era neopreno, porque le daban bastante calor. En alguna ocasión había leído que se usaban en deportes de riesgo o para el manejo de ácidos. Trató de buscar alguna clase de interruptor en alguna parte del muro, presa de los nervios que se iban apoderando de ella paulatinamente. Se llevó las manos a la cara y suspiró intensamente para relajarse. Cuando volvió a posar las manos sobre la pared con más relajación las deslizó lentamente de arriba a abajo. También tenía una textura pegajosa y desagradable, pero por más que pensase no conseguía adivinar de qué sustancia podía tratarse. Finalmente encontró un pequeño objeto saliente en la pared, lo rodeó con los dedos y con cautela lo tocó, hasta descubrir un botón. Se dispuso a presionarlo, deseando que así se activase cualquier tipo de luz que la ayudase a salir de allí, cuando en ese momento le pareció que las goteras habían cesado. Una vez más aguzó el oído y le dio un vuelvo al corazón cuando creyó escuchar una respiración a sus espaldas. Se mantuvo inmóvil durante unos instantes con las articulaciones totalmente paralizadas y la sangre hirviéndole bajo la piel. Guardó silencio y trató de aguantar la respiración, pero aun así podía escuchar su corazón golpeando violentamente contra su pecho, a punto de estallar. Se confirmó a sí misma que, efectivamente, había alguien o algo detrás de ella. Procuró calmarse aunque sus piernas temblaban incontrolablemente, e, inconscientemente pulsó el botón.
Una luz cegadora invadió la estancia, que, como ella había imaginado, era realmente grande. Era aún más imposible poder ver algo con aquel resplandor cegándola. La luz brillaba tanto que le empezaron a escocer los ojos, y, sin pensarlo, se colocó las grandes gafas sobre su rostro. Recuperó la vista lentamente y bajó la mirada hacia el suelo. Descubrió una sustancia viscosa parecida a cualquier tipo de ácido corrosivo que iba quemando sus botas gradualmente. Cuando se decidió a darse la vuelta lo que vio la dejó fuera de sí y se le quedó la sangre absolutamente helada.

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